La naturaleza del filosofar
La naturaleza del filosofar
En todo ejercicio no siempre es fácil distinguir las exigencias de fondo de las exigencias formales, ni relacionar las reglas formales con las competencias que hay que trabajar. Sin embargo, intentaremos describir nuestros ejercicios distinguiendo lo mejor que podamos aquello que pertenece a una y a otra característica, para comprender lo que depende del espíritu y lo que depende de la letra. Por ello, nos parece esclarecedor en este punto adelantar desde el principio una tesis sobre la naturaleza del filosofar, puesto que las reglas de funcionamiento no son más que la pues-ta en práctica —más o menos exitosa— de un proyecto teórico. Aunque no podemos negar el hecho de que, a causa de esta puesta en práctica, la teoría pueda sufrir a su vez una inflexión de sus éxitos y fracasos. Sin ello, justificaríamos esa idea común que considera que la filosofía es el ámbito reservado a la teorización y que toda práctica no es más que una pálida representación de esta teoría, una especie de último recurso, una filosofía para «discapacitados», o peor aún, la idea de que la práctica filosófica constituye una absoluta contradicción en los términos. Para distinguir nuestro enfoque, diremos rápidamente que la representación habitual de la filosofía es sobre todo la de erudición y de especulación sobre esta misma erudición, mientras que la nuestra es la de una reflexión sobre el discurso y el ser de un sujeto, tanto para un alumno de infantil como para un universitario. Desde esta perspectiva, vamos a resumir lo que para nosotros constituye la esencia del filosofar (o de una práctica filosófica), por lo que le pedimos al lector un poco de paciencia por este pasaje abstracto y teórico, aunque relativamente sucinto.
1.1 Práctica y materialidad
Podemos definir una práctica como una actividad que confronta una determinada teoría con la materialidad, y la materia es todo aquello que ofrece una resistencia a nuestra voluntad y a nuestras acciones (y que constituye «lo otro»), aquello sobre lo que pretendemos actuar. Pero ¿qué es «lo otro» para nuestro pensamiento? En primer lugar, la materialidad más evidente es la totalidad del mundo en sus múltiples representaciones, incluyendo también la existencia humana. Un mundo que podemos conocer en forma de mitos (mythos), como narración de los sucesos cotidianos, o a través de informaciones culturales, científicas y técnicas dispersas que forman un discurso (logos). En segundo lugar, la materialidad es para cada uno de nosotros el otro, nuestra imagen, nuestro semejante, aquel con quien podemos entrar en diálogo o en con-frontación. En tercer lugar, la materialidad se encuentra en la coherencia, en la presunta unidad de nuestro discurso, cuya falta de consistencia y completitud nos obliga a enfrentarnos a unos niveles más elevados y completos de nuestra arquitectura mental. Gracias a estos principios (que en gran parte se inspiran en Platón) es posible concebir una práctica filosófica que consista en ejercicios que pongan a prueba el pensamiento individual, tanto en contextos grupales como individuales, dentro y fuera del ámbito escolar. El funcionamiento básico consiste, en primer lugar, en identificar a través del diálogo los supuestos sobre los que funcio-na nuestro propio pensamiento. Después hay que desarrollar un análisis crítico y poner de manifiesto los problemas, y por último hay que formular los conceptos que expresarán la idea global que obtendremos de esta forma y crear términos que, al nombrarlos, den cuenta de las contradicciones y las resuelvan. Con este proceso se pretende que cada participante sea más consciente de su peculiar concepción del mundo y de sí mismo, delibere sobre las posibilidades de otros esquemas de funcionamiento mental y se comprometa en un proceso dialéctico que le ayude a trascender su propia opinión y en cuya transgresión se encuentra la esencia del filosofar. Aunque el conocimiento de los filósofos clásicos o de elementos culturales puede sernos muy útil, no constituye un requisito esencial. Cualesquiera que sean los instrumentos que se usen, el desafío principal se encuentra en la actividad constitutiva del espíritu singular.
La actividad de la práctica filosófica implica confrontar la teoría con la alteridad, una visión con otra visión, una visión con la realidad que la sobrepasa, una visión con ella misma. Esto implica concebir el pensamiento desde el enfoque del desdoblamiento, desde la perspectiva del diálogo: diálogo con uno mismo, con el otro, con el mundo y con la verdad. Aquí hemos definido tres formas de confrontación: las representaciones que tenemos del mundo en forma narrativa o conceptual, el otro como aquel con quien puedo comprometerme en el diálogo y la unidad de pensamiento entendida como la lógica, la dialéctica o la coherencia del discurso.
1.2 Operaciones del filosofar
O dicho de otro modo: si prescindimos del contenido cultural y específico que forma la apariencia —a veces engañosa— de la filosofía, ¿qué nos queda? A modo de respuesta, proponemos la siguiente formulación, definida de manera bastante lapidaria (y que podría parecer una triste y empobrecida paráfrasis de Hegel), con el objetivo de concentrarnos exclusivamente en la funcionalidad de la filosofía en cuanto que productora de problemas y conceptos más que en su complejidad o extensión. Definimos la práctica filosófica, pues, como una actividad constitutiva en sí misma y determinada por tres operaciones: la identificación, la crítica y la conceptualización. Si aceptamos estos tres términos, al menos el tiempo justo para que podamos demostrar su solidez, veremos lo que significa este proceso filosófico y cómo necesita de la alteridad para constituirse en una práctica.
1.3 Identificar o profundizar
¿Cómo puede definirse mi yo y ser consciente de sí mismo si no se confronta con el otro? Lo mío y lo tuyo se definen mutuamente. Para conocer la manzana debo conocer la pera, esta pera que se define como nomanzana, esta pera que define por lo tanto a la manzana. Nombramos las cosas para poder distinguirlas. Mientras el nombre propio singulariza, el nombre común universaliza. Para identificar es necesario postular y conocer la diferencia, postular y distinguir la comunidad. Clasificar entre lo singular, entre el género y la especie, tal como recomienda Aristóteles. Se trata de distinguir unas proposiciones de otras, compartiendo los elementos comunes sin los que la comparación estaría desprovista de sentido. Dialéctica de lo mismo y de lo otro: todo es igual y diferente a otra cosa. Nada puede pensarse ni existir si no es en relación con otras cosas. Así, el primer momento de la práctica filosófica consiste en identificar el tema del que se habla y la persona que habla. ¿Qué dice? ¿Qué dice de sí mismo cuando dice alguna cosa a propósito de algo? ¿Cuáles son las implicaciones y consecuencias de las ideas que adelanta? ¿Cuáles son las ideas que constituyen la piedra angular de su pensamiento? ¿Qué habría que clarificar? ¿Qué hay que precisar? ¿En qué aspectos se diferencia este pensamiento de otros? ¿Por qué dice esta persona lo que dice? ¿Cuáles son sus argumentos y sus justificaciones?
Para profundizar o identificar utilizamos principalmente las siguientes herramientas
– Analizar: descomponer un término o una proposición para determinar su contenido (explícito o implícito) y clarificar su alcance.
– Resumir: reducir un discurso (o una proposición) a términos más concisos o comunes que expliciten el contenido y la intención de lo que se ha dicho, para sintetizar lo que se quiere decir.
– Argumentar: probar o justificar una tesis con ayuda de nuevas proposiciones que apoyen la afirmación inicial o mediante un encadenamiento de proposiciones que sirvan de demostración. La argumentación filosófica no tiene la misma finalidad que la argumentación retórica: permite profundizar en una tesis más que darle la razón.
– Explicar: explicitar una proposición utilizando términos diferentes de la proposición inicial para precisar su sentido o su razón de ser.
– Ofrecer ejemplos y analizarlos: producir uno o varios casos concretos que permitan ilustrar una proposición, darle sentido o profundizar en ella justificando dicha proposición. Se trata entonces de clarificar el contenido de este ejemplo y articular la relación que mantiene con la proposición inicial.
– Buscar los presupuestos ocultos: identificar las proposiciones subyacentes o los postulados inexpresados que una proposición inicial da por supuestos y que no son mencionados de manera explícita.
1.4 Criticar o problematizar
Todo objeto de pensamiento, necesariamente circunscrito por sus elecciones y su parcialidad, está obligado por derecho a una actividad crítica. Un problema filosófico puede articularse de diferentes maneras: en forma de sospecha, negación, interrogación o comparación. Es decir, será válida cualquier forma de oposición capaz de engendrar una problemática. Pero para someter mi idea a esta actividad, e incluso simplemente para aceptar de buena fe que el otro juega ese papel, debo convertirme temporalmente en una persona diferente. Esta alienación o contorsión del sujeto pensante, a veces ardua y penosa, nos muestra la dificultad inicial de la crítica, que en un momento posterior puede convertirse en una nueva naturaleza. Para identificar debo pensar lo otro (siendo «lo otro» mi vecino, el mundo o la unidad de mi discurso), para criticar debo pensar a través de lo otro, debo pensar de forma diferente a mi modo habitual de pensar. Ya no es sólo el objeto lo que cambia, sino el sujeto. El desdoblamiento es más radical, pues deviene reflexivo, aunque ello no implica que nos convirtamos en otra persona. Es necesario mantener la tensión de esta dualidad, por ejemplo, mediante la formulación de una problemática. Platón nos indica que pensar es iniciar un diálogo consigo mismo. Para ello es necesario oponerse a uno mismo.
Y todo ello intentando pensar lo impensable, ese pensamiento extraño que no consigo pensar. Debo recordar siempre mi incapacidad fundamental para escaparme de mí mismo, que sigue siendo la problemática de fondo: la idea de que toda hipó-tesis particular es limitada y falible y de que es únicamente a par-tir de una exterioridad no siempre identificable como uno descu- bre sus propios límites y su verdad. Hipótesis fundamental a la que Platón llama anhipotética: una hipótesis de la que tengo necesidad de manera absoluta pero que no puedo formular, por-que la exterioridad, por definición, se nos escapa. Se puede adivinar entonces el interés que posee el otro, ese interlocutor que encarna de modo natural esta exterioridad y la posibilidad de un trabajo de negatividad.
Desde esta perspectiva, las nociones de crítica o de problema se revalorizan como elementos constitutivos del pensamiento, como valores benéficos y necesarios de la idea.
En resumen, en el plano filosófico toda proposición es problematizable a priori. El trabajo de problematización puede darse produciendo las diferentes interpretaciones de una misma proposición (o concepto) o las diversas respuestas que se pueden dar a una misma pregunta. Estas dos herramientas principales son la pregunta y la objeción.
1.5 Conceptualizar
Si identificar significa pensar lo otro a partir de mí mismo y criticar significa pensarme a partir de lo otro, conceptualizar significa pensar simultáneamente lo otro y a uno mismo, ya que la conceptualización permite unificar o resolver el dilema, unificar una pluralidad. Sin embargo, debemos desconfiar de esta perspectiva eminentemente dialéctica, puesto que, por muy poderosa que podamos considerarla, se encuentra limitada necesariamente por premisas muy específicas y definiciones particulares. Todo concepto parte de unos presupuestos. Un concepto debe contener en sí mismo la enunciación de al menos una problemática, que a su vez se convertirá en el instrumento y la manifestación de ese concepto. El concepto trata un problema dado desde un nuevo punto de vista que permite delimitarlo. En este sentido, el concepto es aquello que nos permite interrogar, criticar y distinguir, aquello que nos permite esclarecer y construir el pensamiento. Y si el concepto aparece aquí como la etapa final del proceso de problematización, podemos también afirmar que inaugura el discurso tanto como lo termina. De esta forma, el concepto de «consciencia» responde a la pregunta «¿Puede un conocimiento conocerse a sí mismo?», y a partir de este «nombrar» surge la posibilidad de un nuevo discurso. A fin de cuentas, un concepto no es más que una palabra clave, la piedra angular o clave de bóveda de un pensamiento, algo que para poder cumplir real-mente su función debe ser visible para sí mismo.
Conceptualizar es identificar el término clave de una proposición (o una tesis) o bien producir ese término omnipresente incluso aunque no se le mencione. El término puede ser una simple palabra o una expresión y sirve principalmente para esclarecer un problema o para resolverlo.
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