La práctica filosófica
Ciertamente es posible afirmar que todo trabajo filosófico es una práctica, puesto que se trata siempre de un ejercicio de pensamiento. No obstante, la distinción que introducimos tiende a distinguir una cierta idea de la filosofía en la que no es tanto el conocimiento de autores, escuelas y tradiciones lo que nos interesa sino la actividad del pensamiento como tal. Entre Sócrates y Aristóteles se abre un foso importante. La filosofía como diálogo se transforma en una actividad de conferencia, en la que un maestro dispensa a sus discípulos los conocimientos que deben asimilar, una forma que hoy en día es hegemónica en la academia.
Por práctica filosófica, entendemos un ejercicio que no está pues reservado a una élite intelectual, pero que tampoco es una vulgarización de la cultura filosófica. Cuestionar, argumentar, problematizar, conceptualizar, analizar… gestos necesarios para ese arte marcial del pensamiento. Bien sea para interrogar y comprender el mundo, a los otros o a uno mismo, sea para determinar mejor nuestras acciones, o por el simple placer de pensar.
La consulta filosófica
La consulta filosófica remite al “cuidado de sí”, al “Conócete a ti mismo”, a una búsqueda de lo que sería una “vida buena”, a una búsqueda de sabiduría, a una toma de conciencia de sí y del mundo. No se trata de una andadura psicológica, en la que uno cuenta su vida y sus desgracias, ni de un coaching en el que se busca resolver problemas de la vida cotidiana, sino de un verdadero trabajo filosófico, en el que se plantean problemáticas, en el que se formulan hipótesis, en el que se conceptualiza el discurso, en el que uno se compromete con un proceso crítico. Ciertamente, se convoca al sujeto, pero para una puesta en abismo y no simplemente para que éste se exprese o para intercambiar opiniones. El diálogo se convierte en la ocasión de un cuestionamiento ceñido y preciso, en un lugar de exigencia para el pensamiento.
Filosofía con niños
Fundamentalmente, nada diferencia la filosofía con niños de la filosofía con adultos. Pero el simple hecho de hacer la experiencia del ejercicio de la filosofía con niños en su más temprana edad nos invita a repensar lo que constituye el gesto filosófico, las condiciones mismas de posibilidad del filosofar, es decir a intentar captar de la manera más ajustada posible lo que constituye la substancia de esta práctica, una vez extraída de su envoltura de formalismo y erudición.